Esmeraldas, la grande (Parte 1)
Una maleta con flores lilas repleta de mudas
para ir a la playa, pasear y dormir, y un bolso útiles de aseo, un mp3,
cargadores y los libros Memoria de mis putas tristes y Brida, de García Márquez
y Paulo Coelho, en su orden, fueron el equipo con el que conté en mi reciente
travesía.
Ese viernes debieron pagarme a las 18:00.
Como emprendí el viaje después del mediodía, el plan era llegar, acercarme a un
cajero, retirar el dinero y ser feliz. Pero como toda buena travesía, el plan
no se cumplió. A las 17:00, Robert Salazar, mi amigo y compañero laboral, me
advirtió: “Nunca depositaron”.
“Me fui a la mierda”, pensé. Eso porque no
asimilaba ni tenía la más remota idea de lo que estaba a punto de vivir, y que ustedes
vivirán conmigo a través de esta crónica que los trasladará a tres playas de
Esmeraldas: Las Palmas, Atacames y Muisne. Cada una a través de una historia,
con sus protagonistas.
Joshua y Liz esperaban por mí en Esmeraldas.
Él es un bloguero de 17 años que escucha música no comercial y un autodeclarado
melómano compulsivo. Ella, una adolescente de 16 que piensa como una mujer
liberal de 40 y luce como una hippie de los 60. La compañía perfecta para mí,
que tengo un poco de los dos a mis 23.
Expuesta mi vicisitud económica, Liz me
adoptó por esa noche. En una pijamada. No los había visto nunca, pero la
conexión fue inmediata. Conocí a Joshua en Twitter, después de postear sobre el
Quito Fest en agosto del año pasado. Él me habló sobre Liz, y así de dio el
contacto. Risas y anécdotas protagonizaron la actividad nocturna, a la que
Joshua prefirió bautizar como campamento, para no sentirse femenino.
Era una viajera chira. Joshua tenía $ 60 que
me sirvieron para hospedarme dos días, porque contaría con dinero hasta el
lunes a las 18:00. O sea, estaba hecha mierda. Me tranquilicé y viví el
momento. Ahora entiendo que lo material es secundario, lo entendí el día domingo,
cuando Joshua pasó por mí para ir a Las Palmas.
Las Palmas, tomado de un blog esmeraldeño |
El sábado no hicimos nada más que comer
encebollado y hospedarme en El Barracón, porque el viaje fue agotador y Liz
debió viajar a Quito para ver a su mami, que fue operada de algo que no les
incumbe. Al balneario Las Palmas se
llega por $ 0,25. En un corto viaje de diez minutos en buses populares. O si
prefieren, en taxi desde el centro, que cobra el económico monto de $ 1.
Lo que más llama la atención de esta playa son sus olas irregulares. Revientan en medio, y no en la orilla, como el resto
de los balnearios. No pude tomar fotos porque Joshua no me dejó llevar el celular. Emprendimos una romántica caminata de una hora por la orilla
por la extensa superficie, y antes de eso Joshua me hizo probar el mejor
corbiche de Esmeraldas, que se vende antes de entrar a la playa y se sirve con
una salsa picante hecha a base de maní y ají, una experiencia subliminal.
El lunes, la debacle económica de Joshua
tocaba la puerta. Ese día me pagarían, pero a las 18:00. Entonces sería un
lunes chiro. Pero yo soy una mujer iluminada por buenos amigos y vibra positiva
(modestia aparte). Un tuitero al que sigo por ya bastante tiempo me envió un
mensaje en el que me avisaba que estaba en Esmeraldas, Luis Enrique. Una amiga
en común le avisó de mi estadía allá y consideró oportuno el encuentro.
Lehm, como le digo de cariño, me invitó a
almorzar mientras Joshua ensayaba lo que sería el desfile por los 55 años de su
colegio, el Sagrado Corazón. La comida fue con un toque guayaquileño, en el
único mall de Esmeraldas, y tuvo como postre una caminata en Las Palmas, en
donde el chisme tuitero y las conversaciones sexosas protagonizaron el
encuentro más que las olas.
Esa tarde acompañé a Joshua al desfile.
Entrar a su colegio fue recordar mi época en la secundaria. Todos se dieron
cita y todos olían a splash de frutas tropicales, a recién bañados. Estaban
listos para empezar la marcha. Había carros alegóricos, disfraces y colores por
todos lados. Me acomodé en el asiento trasero de una camioneta doble cabina. Un
niño que sonaba más como niña daba indicaciones a las garotas de mi pabellón
desde ese asiento. Tenía acento colombiano y estuvo encargado del maquillaje.
Tenía aires de divo.
Además de Brasil, Hungría, Argentina y
Ecuador también contaban con pabellones, que estaban liderados por la banda de
guerra y las autoridades del colegio. Calculo la participación de más de 500
estudiantes. Era lunes, pero olía a sábado. En el centro de Esmeraldas, las
calles son angostas, pero eso no fue impedimento para que el desfile sea un
éxito.
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Tomado del Facebook de Maiite Montaño |
Afuera de la Asociación de Choferes, de la
funeraria, del Cuerpo de Bomberos la fiesta se armó al paso. Sillas de plástico
eran acomodadas por curiosos que no querían perderse ni un detalle. Vi cómo un
bombero bailaba al ritmo del pabellón que representaba la cultura de Brasil, en
el que estábamos Joshua, en la batucada, y yo, de adorno.
Allí también estaban Leo y Lucía, compañeros
de Joshua y quienes protagonizarán una parte de la segunda parte de esta
crónica vacacional.
çiNCREIBLE CRONICA DE TUS AVENTURAS EN ESMERALDAS!!!
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