'Bla, bla, bla… marido y mujer' (El día en que fui dama de una boda)




Menos de un centímetro. Esa era la medida que la parte larga de las uñas pintadas de blanco tiza, tipo francés, tuvieron esa noche, sobre un tono cromado color carne. Un copete cagón y una pomposa flor hecha de cabello me adornaron la cabeza ese día. La cara, que no podía faltar a la gala, recibió su acicalada de manos de un varonil estilista, que la llenó de 20 litros de base, de acuerdo al tono de piel, y cubrió los párpados de extravagantes pero lujosos colores…

Un día antes, una de las chicas del gabinete se encargó de sacarme todo el pelo que me sobraba (literalmente). Ese fue en realidad el día en que empezó mi transformación. Me convertí en una niña, en una esclava de los retoques estéticos sin cirugía, en una víctima más del insolente sistema de las chicas plásticas.
Todo por una buena razón. Mi mejor amiga del trabajo, Patricia, se casaba con Braulio, su amor. Yo fui parte de su corte de honor el pasado 9 de junio. Era la primera vez que asistía a una boda, y, por ende, la primera que fui dama, o mejor dicho, que me convertí en dama de un matrimonio.



La cita era a las 20:00 en la iglesia San Francisco. Llegué 15 minutos antes y 5 minutos después de que esté de pie, los zapatos de taco que adornaban el pedicure concho de vino empezaron a insultarme con saña los pies. Parada, mirando a todos lados, sola en esa zona tan tradicional de Guayaquil, creí que me gritarían: Qué, ¿se te perdió la quinceañera?, pero no.

Las demás damas, May, Lorena, Gisella y una tal Tatiana, amiga de la infancia de la novia, llegaron después de mí. Patricia esa noche lucía como deben lucir las protagonistas de la boda, pese a que después me enteré de que sufrió más de un percance antes de su arribo a la iglesia, desde la confusión de su ramo (le tuve que dar el mío) hasta un ataque de histeria porque el ahora esposo llegó cinco minutos después que ella.

No les alargo el cuento. El curita, que era joven y tenía cara de lujurioso, estaba puro bla, bla, bla. Siéntate, párate, siéntate de nuevo, cuerpo de Cristo y amén fueron los predios de la noche. Una noche en la que Patricia era la estrella mirando para atrás sentada en el altar, desesperada porque su mami no llegaba (por peinar a media corte se atrasó la veterana). Al final llegó y se sentó al lado de su esposo, el padre de Pati.
Ya calmados los ánimos en el altar, y sin que los invitados pudieran notarlo, el curita los declaró marido y mujer en el nombre de todos los santos. Y amén de nuevo. En ese rato Patricia ya tenía su ramo de novia, pues May hizo lo imposible para hacérselo llegar en media ceremonia, y sin pararse de su asiento.



Al salir de la iglesia, de reojo me vi al espejo antes de llegar a la recepción, en el carro del fotógrafo de la boda y amigo del Diario, Francisco. Mis pestañas postizas lucían tan lindas que me quería tirar un besito a través del retrovisor, pero me dio vergüenza.

Llegamos. Los manteles combinaban tan perfecto con nuestro vestido (el de las damas), que constituyeron un detalle jocoso pero elegante. Y ahí estaba yo, mis adoloridos pies y mi peinado de princesa de cuento. Me senté con el gajo del trabajo y empecé a vivir lo que era la celebración de un matrimonio.

No pude contener el llanto cuando, con mariachis como herramienta, el padre de Patricia le dedicó Es mi niña bonita, una canción que anhelo escuchar de los labios de mi viejo amado y que me recordó mucho a él. ¡Mi amiga estaba tan feliz! Lo demostró cuando se atrevió a coger el micrófono para cantarle a Braulio Contigo aprendí y Somos novios, con un sombrero gigantesco sobre la cabeza y más de un centenar de ojos posados en su humanidad.



Una ceremonia perfecta, que fue más perfecta aún cuando disimuladamente me quité los zapatos para poder saltar al ritmo de clásicas canciones de rock latino, junto con un gajito de relajosas que me acolitaron el dato. Hubo barman, flameados, cocteles y barra libre de Johnny negro para todos. Pude notarlo cuando vi reggaetonear al papá de Patricia y en el momento en que su mami me dirigió las primeras palabras de la noche: “A esta dama no la conozco, pero está bien bonita” *-*. Me sentí querida.



Nada se lamentó de esa noche, excepto aquel sobre vacío dejado dentro del baúl donde se recibió el obsequio por un caretuco. Pero eso es parte de las anécdotas. Braulio y Pati se amarán por siempre, el recuerdo de su boda perdurará a través del tiempo, pero a mí ya se me dañó el francés y ya tengo pelos en las piernas de nuevo. Si alguien se casará pronto y desea invitarme, avíseme, así matamos dos pájaros de un tiro.

Gracias por leerme. Los quiero como se quiere una botella de agua helada al mediodía en Guayaquil. 

Hablamos.

Comentarios

  1. Mi gorda bella, muy linda nota, te quiero =)
    Millón gracias por convertirte en niña para estar a mi lado en el día más felíz de mi vida =)
    Me hiciste recordar lindos momentos, la pasamos súper y por eso estoy feliz =) Att. Patty

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  2. Que bella mi sobrina....Sin patillas pareces Niña!!!! estas hermosa y que linda nota..TE ADORO

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  3. Mr. Alfredo Ernesto19 de febrero de 2019, 19:56

    A quien le habrá tocado el ramo de la dama de honor BlankIsa???... Supongo q si bailó el novio!!!

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