Miro atrás. Mi barrio. La tranquila ciudadela de las matas de mango y almendra convertida en zona de guerra. Me paro frente a la casa de mis abuelos y puedo contar los muertos. Allá hubo una masacre, por acá atrás mataron a un niñito, en esa vereda balearon a un man. Uno mira las noticias y lo que ve no es tan profundo como lo que pasa. La muerte violenta no debería ser normal. A mis abuelos les dio un ataque de nervios cuando sus vecinos, practicantes católicos, fueron masacrados. Eso no te lo cuentan en la tele. Allí solo cuentan muertos, como cuentan votos. Es 2025. Las playas de mi Ecuador se han llenado de sangre en los últimos días, y te piensas dos veces si vale la pena pegarte el viaje a tomar sol con este escenario. “¿Y si vamos? Ponte que entran a pegarle un tiro a un cojudo, y nosotros al lado”, le digo a mi esposo. En esta tierra de nadie, ya ni las urbanizaciones más aniñadas son zona franca, y a los matones ya no les tiembla la conciencia cuando hay niños presentes....
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ResponderEliminarbelleza lo que es belleza
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