El ahogado


Uno de enero de alguno de los años anteriores. El chuchaqui castiga al Cholo, que vino a la playa a recibir este nuevo periodo de trescientos y pico de días.
Como todo primer día del año, Playas está a reventar de turistas. El Cholo baja la resaca con el remedio más eficaz para este mal, una biela bien helada.
Algo pasa en sus tripas al primer sorbo, el chancho y el mote de fin de año han hecho efecto. Quiere y debe hacer del dos.
Es urgente. No hay baños cerca, solo ese gran inodoro verdoso que tiene al frente, el mar.
Como un robot con radar incorporado, identifica la zona. Turistas a la izquierda, turistas a la derecha; atrás, al frente, en todos lados. Esto pinta mal.
Va al rincón adonde se estacionó su gajo de amigos y pide dos vasos de plástico sin dar explicaciones. Se mete a la playa.
A lo lejos se le divisan extraños movimientos. Lleva uno de los vasos con la mano derecha hacia atrás, espera. Momentos después, con el que tiene en la izquierda encierra el paquete. Lo oculta en el mar.
Su aliento es un coctel molotov. Hace sol. Arruga la cara como chino que no alcanza a leer. Sale de la playa sin los vasos. Detrás de él, el cuadro es hórrido. Varios bañistas han visualizado al ahogado. Que viva el año nuevo.

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