Centenario liberado
Por Blanca Moncada Pesantes
Ayer llovió toda la mañana, pero la tristeza que trajo consigo el clima no entró al parque Centenario. Sí lo hicieron, en cambio, los peatones que querían ir al malecón Simón Bolívar, que hasta el jueves pasado debían dar la vuelta a la cuadra.
Con la puerta de la calle Pedro Moncayo de nuevo abierta, la plaza más importante del hipercentro vivió el alborozo del renacimiento. Hubo movimiento otra vez, dieron fe de ello los pasos acelerados de quienes salían de la Corte y aquel evangelista que, con Biblia en mano y un parlante que escondía en un pequeño bolso, anunciaba que Cristo vive.
Vive como ahora vive el parque, que casi muere, según el alcalde Jaime Nebot, por la deshonra y la delincuencia, factores que obligaron al administrador de la ciudad a bloquear tres accesos de manera temporal, hace ocho meses. La apertura de uno de ellos fue la noticia ayer.
Escobas de fotógrafos y personal de limpieza arrastraban hojas caídas y disipaban pequeños charcos de agua, residuos de la continua garúa. Algunos jubilados, activos fijos de la plaza, con pañuelo en mano, secaban los asientos de hierro para, ahora sí, y por fin, ver pasar a la gente.
Un metropolitano abrió la puerta a las 09:30, luego se acomodó las botas. Sería un día ajetreado. Tras estos meses de control casi implacable, esta decisión acarrea riesgos que ayer empezaban a notarse. “Mire hacia allá -señaló el oficial un sector verde de la plaza- en ese grupo de jóvenes, todos son drogadictos. Ahora vea esa esquina, ese se prostituye. Ni siquiera los cuatro que estamos ahora podemos controlar a todos. No es nuestra culpa”.
Y mientras cuenta sus penas de guachimán, los jubilados y gente de oficina que casi quiere como a parientes, por tener como paso obligado al parque diariamente, le levantan la mano a manera de saludo. “Al fin me abres”, “ya era hora de que tu alcalde dé tregua”, “ahora sí me cortas la caminada, pues”. Él ríe. “Si la gente entendiera lo que se vive acá...”, suspira.
El abogado William Sagñay cruza a diario por allí, por los trámites en la Corte. Él sabe lo que se vive, pero está feliz. De alguna manera se siente más seguro. “Era horrible pasar por afuera, muchas veces vi arranchadores. Que la puerta esté de nuevo abierta, para mí y para muchos, es un gran alivio”.
Si poder atravesar el parque lo ayuda a respirar a este legista, imagine qué representa la apertura de la puerta para Doris Castro, que ahora cree que podrá llevar todos los días tres comidas a casa. Ella es fotógrafa en el Centenario hace más de 27 años y en este tiempo de control, que se le ha hecho “una eternidad”, tuvo que irse hasta los recintos en busca de clientes, alejándose de dos niños a los que cría sola, pues en el Centenario hubo días en que terminaba la jornada en cero. La solución, opina, no es cerrar el parque, sino tener menos flexibilidad con las situaciones que lo opacan.
Varios colectivos advirtieron que haber cerrado las puertas no es lo óptimo, que se debería potenciar el empoderamiento de ese espacio público con arte y cultura. Nebot, en cambio, quiere que cada cual cumpla su competencia, que la Policía se haga sentir en el lugar.
Y mientras la plaza se reactiva entre sus complejas realidades sociales, el Seminario, la casa de las iguanas de la ciudad, tiene solo una puerta abierta. El Cabildo cerró el resto en junio de 2017. Puso también como argumento la sombra que aqueja a su hermano recién liberado, la delincuencia.
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