Pedida de mano
Su voz envuelve el ambiente. Un ventilador sobre el techo pelea por existir. Están sobre una cama de sábanas ásperas y colchón fino. No importa o barato del hotel. En serio la ama y nada arruinará el momento.
Tiene en la mano un celular. Ella, desnuda, escucha atenta la carta en donde repasa él todo lo vivido hasta hoy, una suerte de votos amorosos cargada de recuerdos, arrepentimientos por los errores y sinceridad, un texto enorme que termina con un “¿te casas conmigo?”.
Ella llora. La emoción la hace temblar. Lo besa y responde sí. “Sí y sí”. ¡Ay! (SUSPIRO)... ¡El amor! Pero esa en realidad no es la historia de hoy. Los trae acá lo que pasa después, cuando se van a dormir.
El baño está a dos pasos de la cama y el ventilador sigue luchando por su vida. La tranquilidad que provee la luz apagada contrasta con ese ruido absurdo del aleteo del aparato y con otros ruidos que salen como un monstruo rabioso del baño. Esperen. Si son asquientos, lárguense de aquí ahora.
Está bien. Necios todos. No era el baño rebosado. Era la barriga de ella. Un cerdo agridulce de más temprano se convierte en el antagonista de esta jornada y atraviesa su recto convertido en agua café. Tiembla otra vez, pero ahora no de gusto.
“Amor, ¿estás bien?”, pregunta él, que no se ha levantado por el ruido sino por la humedad. Él, que ya se paró del colchón y levantó las sábanas cubiertas de una asquerosa mancha amarilla y las amontonó a un lado. Él, que acaba de entender aquello de que en el amor debe uno apoyar a su pareja en la salud y en la enfermedad, como mandan los que saben de esto.
Ella contesta un “no” agónico. No sabe que afuera su diarrea pasó factura. Una vez puesto el pie en la habitación de nuevo, la vergüenza casi la hace llorar. Él la calma y va por medicinas, ella lava las sábanas y entiende, una vez más, que ese ‘sí’ estuvo bien puesto. En serio lo ama.
Si tienes alguna historia escribe a moncadab@granasa.com.ec o envía un mensaje al 0984934322
Tiene en la mano un celular. Ella, desnuda, escucha atenta la carta en donde repasa él todo lo vivido hasta hoy, una suerte de votos amorosos cargada de recuerdos, arrepentimientos por los errores y sinceridad, un texto enorme que termina con un “¿te casas conmigo?”.
Ella llora. La emoción la hace temblar. Lo besa y responde sí. “Sí y sí”. ¡Ay! (SUSPIRO)... ¡El amor! Pero esa en realidad no es la historia de hoy. Los trae acá lo que pasa después, cuando se van a dormir.
El baño está a dos pasos de la cama y el ventilador sigue luchando por su vida. La tranquilidad que provee la luz apagada contrasta con ese ruido absurdo del aleteo del aparato y con otros ruidos que salen como un monstruo rabioso del baño. Esperen. Si son asquientos, lárguense de aquí ahora.
Está bien. Necios todos. No era el baño rebosado. Era la barriga de ella. Un cerdo agridulce de más temprano se convierte en el antagonista de esta jornada y atraviesa su recto convertido en agua café. Tiembla otra vez, pero ahora no de gusto.
“Amor, ¿estás bien?”, pregunta él, que no se ha levantado por el ruido sino por la humedad. Él, que ya se paró del colchón y levantó las sábanas cubiertas de una asquerosa mancha amarilla y las amontonó a un lado. Él, que acaba de entender aquello de que en el amor debe uno apoyar a su pareja en la salud y en la enfermedad, como mandan los que saben de esto.
Ella contesta un “no” agónico. No sabe que afuera su diarrea pasó factura. Una vez puesto el pie en la habitación de nuevo, la vergüenza casi la hace llorar. Él la calma y va por medicinas, ella lava las sábanas y entiende, una vez más, que ese ‘sí’ estuvo bien puesto. En serio lo ama.
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