Los compadres (una historia de amor y felación)
La Alborada amaneció algo nublada ese domingo de invierno. La peatonal no tenía un alma, salvo Luis, que se había parado hace unos minutos para ir por encebollado. La Almohada, de José José, sonaba desde el parlante de siempre.
Un vecino divorciado tenía como costumbre beber todas las semanas con los mejores éxitos del Príncipe de la Canción. Ese día no fue la excepción. Sonó la voz del mexicano, nostálgica, a todo volumen.
Quien lo acompañaba en estas jornadas era su compadre, otro vecino que vivía en la misma cuadra con su esposa. Tenían una amistad entrañable. A Luis le parecía gracioso que nunca cambien el repertorio y le admiraba que puedan pasar bebiendo toda una noche.
En esa reflexión andaba cuando empezó a sonar ‘Lágrimas’. Él ya estaba casi frente a la casa del su vecino. La canción, de repente, se detuvo, como un auto que frena a raya por alguna prisa en la vía.
Luego gritos. Gritos de una mujer que cuando apareció en el portal lo hizo con un puño cerrado que terminaba donde empezaba la cabeza del marido, el compadre. Él tenía el pantalón abajo y una vida rota a partir de ese momento.
Por los reclamos de la vieja se supo que minutos antes lo encontró sentado en la sala, con las piernas abiertas. El vecino divorciado estaba de rodillas frente a él. Eso fue todo.
El barrio se levantó a ver cómo en cuestión de minutos se rompió un matrimonio, un compadrajo y una felación.
Se levantó a ser testigo de cómo una mujer dolida por la verdad arrastraba por la vereda antes desierta a quien fuera su marido casi diez años. A sentir compasión por esas vidas que debían buscarse nuevos rumbos en otras zonas, para huir de la vergüenza.
Luis desayunó encebollado un rato después. En el local, oh coincidencia, también sonaba José José.
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