Carta a una gorda adiposa que nadie sanó cuando niña

 


Gordita,

Debieron pasar 34 años y seis meses para que vos y yo volvamos a encontrarnos frente a frente. No te esperaba. No en este momento en que empiezo a enrumbar el camino en el que soy mi dueña completamente. No ahora.

No estaba consciente, pero todo este tiempo únicamente fingí (involuntariamente) que habías muerto con todo lo que ya no es. 

Creí haberte enterrado cuando nos descubrieron resistencia a la insulina y empezamos a andar en bicicleta y a hacer yoga.

Creí que con el cambio de alimentación sana alzaba la bandera del autoestima y empezaba a amarnos de verdad.

Creí que con doce kilos menos de los que teníamos hace dos años se habían ido las etiquetas que nos ganamos y las vergüenzas de antaño de no hallar pantalones de nuestra talla.

Pero pasó. La sombra de la inseguridad tocó la puerta y ya no supe cómo hallar el camino de regreso.

Alguien te trajo a mí, gordita. Alguien que no ha entendido que los estándares de belleza que nos conminan al pellejo y al hueso han quedado obsoletos; pero no es culpa de ese alguien. Es mi culpa. Soy la responsable de traerte a la vida solo para que llores ahogada en los recuerdos y los demonios. Bien por ambas.

Primero sentí ira. Luego miedo. Luego pude palpar la sangre de mi cuerpo correr hasta el cerebro solo para revivir recuerdos. Y todos salieron, como cuando en los conciertos hacen portazo, de una sola, como en cascada. Miserables momentos. Y vos, gordita, llegaste a reclamar soluciones.

Perdóname, gordita. Perdóname por enterrarte así de inhumana, aún viva. Perdóname por nunca haber hecho nada cuando tu viejo te dijo tantas veces "gorda adiposa", o cuando tu madre te miraba con reproche por no cansarte de "tragar como descosida".

Perdóname por permitir que en el colegio te llamen Hulk, por ser una de las más altas y gruesas del curso. Solo yo no podía ver lo hermosa que eras. Y me dejé llevar.

Perdóname por permitirte que el imbécil de tu exnovio te ponga ese apodo asqueroso. 'Gorda'. lo odiabas y lo sabía, pero nunca dije nada. Perdóname por dejarlo reirse de tu cuerpo y de tu forma de vestirte con infantil maldad.

Perdóname las vomitadas que repercutieron en reflujo y las veces que odie nuestros brazos gordos. 

Perdóname por no escuchar en serio a ese man que te vio sexi y nos dijo un día: "¿Gorda tú? Gorda me la pones".

Perdóname por dejar que tus amigas falsas hagan comentarios de tu cuerpo o de qué ropa debías ponerte para disfrazar la gordura. 

Porque, gordita, eres sexi. Y nunca te hice ver aquello, porque nunca tuve la valentía de verlo. En su lugar, te cargué, herida, sangrante, y te eché al hoyo del olvido sin ningún remordimiento. Sin luto ni pena, sin conciencia ni remordimiento. Disfrazándome de una man que se quería.

La abofeteada que me pegaste en tu regreso duele como todas tus huellas, te lo juro. 

Yo sé cómo te sientes y cómo te hirieron las palabras de tu papá. Nada de lo que él, tu madre, tu exnovio, tus amigos del colegio y todos quienes atentaron contra tu físico estos años es verdad. 

Sé que estas palabras te marcaron mucho, te dejaron huellas, te produjeron inseguridades y te han creado una imagen errada de ti. Te han hecho creer que las personas te rechazarán, por gorda, pero esto no es así.

Yo te elijo, te amo, te acepto tal y como eres. Amo tu inteligencia, tu personalidad, la forma en que conectas con el mundo, tu liderazgo, tu brillo. 

Amo tu mirada, tu cabello, tus labios, tus piernas... Podría seguir, lo sabes. Has visto cómo te amaron todos y todas las y los que te amaron. 

Sabes que eres hermosa, Gordita. Libera esos fantasmas, despídelos para siempre. Ven, sanemos.

Ya no te pertenecen esas etiquetas. Has podido demostrarle al mundo tu valía. Eres luz. Has venido a hacer felices a muchos y solo tú no has podido verlo hasta ahora.

Despierta.

Estoy aquí para decirte que es hora de que dejemos de batallar. No debes luchar contra ti misma. Gracias por venir a reivindicar el daño que te causé. Nunca es tarde. 

Reconoce todas las virtudes, mírate como te miran quienes te admiran y te aman. Eres una mujer hermosa, tienes una sonrisa inolvidable y franca en donde cualquiera encuentra calidez.

Has sido llamada para imponerte a la cosificación y desvalorización del físico de la mujer. Este sentimiento de inseguirdad viene a mostrarte que debes desprenderte de esta etapa en que crees que vales poco. 

Mostrarás a otras lo que valen, las ayudarás a lidiar con sus inseguridades también. Las guiarás, las guiaremos, juntas, en el camino difícil del prototipo impuesto de la belleza y los estándares, lo haremos con y gracias a tus dones.

Te amo.


Quiero dedicar esta carta a todas las gorditas que amo y a las que no conozco. Y quiero darle las gracias a Marcela Noriega. Sin su luz, mi niña gorda interior aún estaría herida, enterrada y en la espera de nuestra reconciliación. No estoy romantizando la obesidad, estoy apelando a la aceptación de los cuerpos distintos.

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