Mujer chimenea
Yo también fui una mujer chimenea.
Una veinteañera con chuchaqui maldito.
La amiga de la casa de la caída.
La del sofá cama en el que podías aguantar, ruco, el taxi del amanecer.
Fui la amiga de los encuentros poéticos con vino y tabaco.
La de la refri llena de biela helada.
La equivalente a la prima de Andrés Crespo.
¿Dónde?
Tuve sucursales en La Taberna. En Casa Grande. En La Culata.
Recité par veces en El Último Jueves y una de mis crónicas sobre Guayaquil baila en una edición de Furia Fanzín.
Fui la madrina de algunas bandas en la época de Ojos de Perro Azul, White Rabbit y Heineken.
La que caía fijo a los conciertos de Diva o la Plaza Colón.
La que armaba after con Pedrito en La 9, escuchando a Napo y leyendo a Artieda.
Fui la bohemia.
Pero de un tiempo a acá, ando distinta y distante.
Ya no hay jaranas de trasnoche.
A las nueve al sobre
y máximo a las doce a pegar pestaña.
Gracias a mi vieja dejé el tabaco
Y por la resistencia a la insulina, el alcohol.
Ando con un dolor en la rodilla que ni te cuento y me vieron una bolita en el cuello que habrá que examinar después.
De los panas de aquel tiempo sé poco.
Uno se fue a la Yoni, como la Mónica que retrata en Pueblo Fantasma y Clave de JJ Fernando Artieda.
Otro anda emo desde los 25
y una más concentrada en por fin casar al novio.
Otras son madres.
Otros siguen borrachos,
pero yo ya no estoy para esos trotes.
Ando casada con un hippie treintón que está en las mismas.
Con achaques de columna.
Medio abollado.
Gozando de la paz del adulto responsable con la ilusión de comprarse cualquier novelería al llegar a fin de mes.
Disfrutamos del delivery de jama y preferimos el silencio.
Peleamos por el control y por la temperatura del aire.
Cerdeamos a medianoche y nos vamos a la yapla de vez en vez.
Entonces. Concluyendo.
Yo también fui una mujer chimenea.
Pero me gusta más esta nueva versión. Donde el único humo que hay en casa es el que me hace Donald cuando echa carne al asador.
Lindo ❤️
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