Buscar dónde hacer caca y otras 5 lecciones que me dejó subir Puñay


Tres recuerdos puntuales de mi visita a Puñay me acompañan para siempre: La pesada mochila que cargué por más de 7 horas de forma completamente innecesaria, los prolongados llantos de alegría y frustración que experimenté en el ascenso y la desesperación por hallar un buen lugar para hacer caca en la cima.

Porque no, amigo lector, subir una montaña como la Puñay no es solo eso que ves en videítos musicalizados de TikTok que duran menos de un minuto. Puede llegar a ser, más bien, para una mujer que no conocía de ejercicio fìsico demandante hace dos años, como yo, una experiencia tan sacrificada como vergonzosa.

Pero aquí estoy. Otra vez hecha la sinvergüenza, porque ya te extrañaba sobre mis letras, porque escribir en mi blog me hace respirar más tranquila y llena de felicidad mi cerebro con TDAH no diagnosticado aún, intentando no solo traerte al momento mismo de mi ascenso a Puñay, sino también hacerte partícipe, como siempre, de las enseñanzas que ha dejado en mí aquella vivencia.


Dónde estuve: El Puñay es el cerro que se levanta solitario en medio del gran valle de Piñancay, en el cantón Chunchi, con una historia ancestral de los Cañari que data de hace más de 4.657 años. Es considerada la pirámide escalonada más larga de la Tierra, con 440 metros. Tiene 3.245 metros de altura (Más de este cerro aquí).




Llegué a Puñay con mi amiga doctora, Petroff. Me instó a sacarme los diablos de una tusa subiendo el cerro. Y le dije sí, por supuesto, porque geminiana y aventurera, pero tenía que googlear antes. Uno no puede andar tomando esos retos tan exigentes de la noche a la mañana sin calentar primero. Aun así, toda ignorante e inexperta, fui.

Y como era de esperarse, mientras empezaba el ascenso, me iba quedando de última. Sin aire. Sin ganas de seguir, cuidando cada gota de dos pesadas botellas de agua con las que, al pito, llegué a la cima luego de horas. 

Lo interesante es que en el transcurso de aquella batalla conmigo misma, mi peso, mis cargas, mi sed y mi cansancio, empezaban a llegar pequeñas lecciones que dejé regitradas en videítos a lo largo del ascenso y que hoy vengo a resumirte.




1.- Perro ido, perro suplido

Los perros de la montaña suelen ser muy amigables, pero nunca sabes cuando llega uno que se hace el querendón y luego te muerde. Así que prefiere evitarlos, salvo que estés muy seguro. Un perro casi me saca la nariz en las faldas de Puñay, luego de quererle dar un besito. Minutos después, llegó otro que sí me quiso. Como en la vida misma. 

2.- Mira a otros avanzar, pero no te pongas triste

Como ya les conté, mi rupo no pudo esperarme por lo lenta que fui al ascender. Ni siquiera mi amiga doctora, Petroff, me espero. No le guardo rencor. Puñay me enseñó que ver a otros avanzar no es sinónimo de derrota. Era mi momento. Hice paradas prolongadas para pensar. Para sentir a la montaña, para respirar y, por supuesto, para descansar. Vi un total de 6 grupos subir primero que yo. Creo que fui la útima de toda la jornada. Pero valió cada puto segundo.

Cuando avanzas, el camino se hace estrecho. Habrá momentos en los que no puedas continuar al ritmo de otros. O en los que, simplemente, quieras quedarte un ratito. Cede el paso, pero eso sí. Elige sabiamente cuándo parar, para no estancar al resto ni estancarte tú.


¿Dónde está tu fracasada, perra? 


3.- Respira y disfruta el momento

Suena a clase zen, pero es real. Aunque no dejas de pensar en la cima, tu cima, tu conquista, en el camino al cielo es inevitable detenerse a admirar lo avanzado, a ponerte de pie por ti, por los pasos dados y por cómo se ha ampliado tu perspectiva con la experiencia que llevas en ese ascenso. Respira y disfruta el momento. Aplica para subir Puñay, aplica para tu vida.

4.- Se vale cambiar de rumbo

Estaba dándole y dándole a un intento de subida y que me quedaba sin aire, sin camino, sin esperanza. Forzaba las piernas, no podía continuar. Retrocedí y tomé otro camino, un camino más bonito. Más sencillo. A veces solo caminas en rutas a las que no pertenece este destino. No te acostumbres a forzar situaciones cuando las cosas simplemente no se dan.




5.- Cada quien lleva en las espaldas el peso que mejor le parezca

No traigas la casa a la montaña, la montaña es la casa. Como es cuesta, cuesta. Y como llevé una mochilota, costó más. Un señor pasa y me dice: "Moraleja, mi seño. Cada quien lleva en las espaldas el peso que mejor le parezca".

Regresé con un dolor de piernas de una semana y varias lecciones para toda la vida, que hoy, dos años después apenas me atrevo a plasmar. ¿Y a ti, qué te enseñó la montaña?

PD: El mejor lugar para hacer caca en la cima es un montecito. 



Comentarios

  1. Jajajaja. Te puedo imaginar haciendo caca jajajaja. Y cagándote de risa por ese momento

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