‘Atacames’ de encanto (una playa para mirar y beber) Segunda parte

La carretera estaba adornada de verde. Verde de árboles, de montañas llenas de maleza que inspiraban tranquilidad y aire limpio. El viaje a Atacames duró una hora y costó $ 8 en auto. Como íbamos cuatro, fueron dos por cabeza; una opción barata, pero sobre todo cómoda. Conté con la compañía de Lucía, Leonardo y Joshua, tres adolescentes esmeraldeños que cursan el último año de Sociales.

Respiré el salado del ambiente de mar. La brisa arrulladora fue una caricia para mi piel saturada de la contaminación guayaca. “Pruebe un juguito”, me dijo el más oscuro de los vendedores que había visto durante mi estadía en Esmeraldas extendiéndome un vaso de plástico lleno del líquido. Pensé que era amabilidad, pero resultó la estrategia de marketing más cojuda y efectiva de la que he sido víctima en lo que llevo de vida. No me  di cuenta cuando los cuatro teníamos vasos inmensos de jugos de coco en la mano. Y menos notable fue la falta de $ 4 en mi billetera. La bebida costaba $ 1 por mate.

Como gastar no era una complicación en ese momento no le presté importancia (ya me habían pagado). Noté, sin embargo, que el comercio se mueve fuerte en Atacames. Esto porque al llegar al lugar de las sillas playeras, Luchito, un vendedor de diversión, extendía frente a nuestros rostros una cartilla de opciones de entretenimiento.

 “Hay viajes en bote, parapente, una playa nudista…”, ofreció el jovial seudoguía. Me emocioné por lo del bote, pues aunque el parapente suena tentador , no soporto la idea de que me tiren al agua después de gastar $ 20 (que cuesta el paseo) y volar menos de 5 minutos, y pese a ser “mente abierta” en cuanto a lo de la playa nudista, el hecho de estar en traje de Eva frente a ojos ajenos no me llama la atención.

Nos convenció rápido. Nos vistió de una gordura inflable disfrazada de chalecos salvavidas y nos trepó al transporte marítimo, después de pagarle $ 3 por cabeza. El peñón de Súa es lo más visible una vez que estás en el bote, constituye una inmensa montaña café con un pelaje verdoso en medio del mar, que también es conocida como la isla de Los Pájaros.

 Allí arman sus viviendas 20 fragatas hembras  y 100 machos, contó uno de los amigos de Luchito. Mi conclusión al respecto fue que los pájaros en Esmeraldas  no son machistas y que las pájaras son unas pícaras.  “Y esa que está a la izquierda es la cueva del amor”, describió el guía. “Allí, cuando baja la marea, entran dos y salen tres”, dijo refiriéndose a la forma en que los amantes aprovechan las cuevas para procrear (entiéndase: hacer pelear los meones).

¿Hora de almuerzo? Eso no es problema en Atacames. Como en Villamil, Playas, este balneario cuenta con cabañas en la playa y restaurantes en la principal, en los que se puede probar desde el más económico cebiche de concha ($ 3,50) y un exquisito arroz con camarón apanado ($ 5) hasta la más fina langosta esmeraldeña ($ 12).

Esa tarde me llevé una grata sorpresa. Guillermo, mi gemelo (porque es géminis de junio, como yo), llegó hasta Atacames desde Muisne para actualizar datos (entiéndase: sapear mis novedades). Para entonces los amigos de Joshua se habían regresado a Esmeraldas. Ya entrando en confianza (otra vez, tenía años que no lo veía), nos acercamos hasta una de las cabañas. Allí probé el margarita y la piña colada más exótica de mi vida, y recibí, de parte de mi amigo, una cordial invitación a la isla encantada donde habita, Muisne, pero eso viene en la tercera parte de este post… ¿Me acompañan?