El día en que aprendí a cerrar la trompa
Ese tirón de oreja no lo olvidaré jamás. Estoy caminando en un parqueadero de mi ciudadela. Acaba de anochecer. Mi abuela está a mi lado izquierdo mirándome con reproche. Su hija, o sea, mi madre, está a mi derecha.
-METIDA. CUANDO LOS MAYORES HABLAN, TIENES QUE CERRAR LA TROMPA, la oigo decir gritar en mi oído.
Mi oreja está roja. El tirón fue tan fuerte que creo que comprometió un poco el tímpano, porque -sin joda- siento un poco de sordera.
Mi silencio otorga. Sé que metí la pata y camino con la cabeza gacha.
-SIGUE A LA CASA, suelta con ese tono de histeria que tanto odio. Esta vez me empuja.
¿Qué clase de madre eres?, pienso mientras la miro con sangre en los ojos.
Tengo diez años y soy -modestia aparte- una de las mejores estudiantes de mi escuela. Ella lo olvida hoy. Está ciega de ira.
Me duele la oreja, maldita sea. Hace solo quince minutos pude evitar este mal momento si me hubiera quedado callada.
Repasemos la escena, por amor a Cristo.
Estábamos las tres. Pasé afuera de la casa de una amiga de mi mamá y ella, conversona y amiguera, miró hacia la sala de su pana. La descucbrió con la escoba en la mano y la saludó eufóricamente. La vieja salió y se paró en el portal, sin soltar la escoba, que ahora fungía de bastón.
-¡Querida! ¡A los años!, le dijo a mi mamá, que sonrió como desquiciada.
-Así es mejor, amiga. Pasaba por aquí, pero solo de pasadita.
-¡Qué grande que está esta niña!, me miró.
Sonreí con condencendencia, aunque sé que en realidad quiso decir: ¡qué gorda!
-¿Sigues en Pizza Hut, Jess?, le preguntó a mi vieja.
Ella se puso verde.
Aproveché el silencio para hacer mi oportuno aporte:
-No. La BOTARON.
Viví el momento en cámara lenta. De hecho, ahora, 17 años después, puedo imaginar cada letra entrando al oído de mi mamá mientras se ampliaba la sonrisa de su amiga hasta quedar de oreja a oreja, inmortalizada en un gesto macabro.
-Renuncié, me corrigió.
-No, mami, te botaron, la corregí yo.
-No, mami, te botaron, la corregí yo.
Mi abuela me pellizcó el brazo. Tarde. La cagada estaba hecha.
La despedida -dada la incomodidad de la escena- fue menos eufórica que el saludo. Caminamos. Mi mamá esperó que la vieja de su amiga entre. Miró hacia atrás para asegurarse de que el portal estaba vacío. Y empezó:
-¿QUIÉN CHUCHA TE PIDIÓ TU OPINIÓN?
Ese tirón de oreja no lo olvidaré jamás.
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Jajajajajajaja lo siento por la carcajada pero... lo que se,hereda no se hurta dicen por ahi.
ResponderEliminarJAJAJAJAJAAJAJAJAJA JAJAJAJA DIOSA!
ResponderEliminarjajajajaja bueno blanki ;)
ResponderEliminarBueno me cree con mis abuelos y mi padre, faltaba sólo una mirada y un instantáneo pellizcón para entender la intromisión y a esperar la tranquiza con dan Benito 2 patitas; común desde el 2000 el paradigma que tu madre te chuchee.
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