Alejandra
Entré a la habitación, di unos pasos y me acerqué a la cuna. La vi.
Nació con un afro negro. Tenía los labios rojos intensos. Abrió los ojos cuando me sintió al pie de la camita. Eran unos ojos grandes, profundos e intensamente grises.
Ya había tenido dos hermanos antes de ella, pero era muy chica aún cuando ellos nacieron como para poder recordar de forma nítida la primera vez que los vi.
En cambio, con Alejandra todo fue distinto. No solo me maravilló su rostro, sino que sentí una conexión inmediata. El año en que vino al mundo, yo cumplí diez vueltas. Era un abril de 1998.
Recuerdo que de niña, cuando apenas aprendía a caminar, salía emocionada al portal de la pequeña casa en la que vivíamos y luego lloraba intensamente.
-¡Le pican las hormigas!
Yo respondía a los gritos de alarma de mi madre yendo al rescate de Alejandra. La sentaba en la mesa de madera que teníamos en el comedor, le sacaba las zapatillas y le sacudía a las intrusas de forma desesperada. Alejandra entonces soltaba carcajadas contagiosas. Yo la besaba, la abrazaba y la volvía a poner en el suelo. Ella salía al portal de nuevo y la escena se repetía, día tras día, una y otra vez.
A Alejandra le encanta sentirse cuidada.
Cuando entró al colegio, yo tenía 22 y ella 12, pero seguía siendo mi bebé. En esa época Alejandra conoció a Vico C y yo conocí el motor para que mi hermana arregle la casa sin renegar, ponerle a todo volumen los hits de Vico.
A ella le gusta el rap hasta hoy, que ya es madre, y también le gusta el periodismo. Me emociona. No porque la vea como esos padres arquitectos que sueñan con que sus hijos sean arquitectos, me emociona porque, si le gusta, podré orientarla, ayudarla a que no padezca lo que yo debí padecer en mis inicios en esta profesión.
Escuetamente mencioné que es madre. Ocurrió hace un año, antes de que cumpla 17. Fue un shock para mí, que la había criado a medio talle por la inesperada pero nada sorprendente separación de mis viejos. Había ya aceptado que se me fue a Montañita a pegarse una borrachera con la prima, había pasado por alto los supletorios, un año repetido y otra borrachera en casa producto de una depresión extrema. Pero un embarazo no estaba en mi lista de posibles catástrofes, la vida no avisa.
A ella le gusta el rap hasta hoy, que ya es madre, y también le gusta el periodismo. Me emociona. No porque la vea como esos padres arquitectos que sueñan con que sus hijos sean arquitectos, me emociona porque, si le gusta, podré orientarla, ayudarla a que no padezca lo que yo debí padecer en mis inicios en esta profesión.
Escuetamente mencioné que es madre. Ocurrió hace un año, antes de que cumpla 17. Fue un shock para mí, que la había criado a medio talle por la inesperada pero nada sorprendente separación de mis viejos. Había ya aceptado que se me fue a Montañita a pegarse una borrachera con la prima, había pasado por alto los supletorios, un año repetido y otra borrachera en casa producto de una depresión extrema. Pero un embarazo no estaba en mi lista de posibles catástrofes, la vida no avisa.
Doménica, la princesa de mi hermana, nació en diciembre pasado. Mi sobrina, mi única sobrina. Nació con los ojos profundos e intensamente grises con los que nació Alejandra (mi niña) hace 18 años.
Ale ya no es una nena. Tiene que pararse fuerte, reconocer sus errores, afrontarlos y convertirse en una mujer que ama lo que hace; que gane plata con lo que disfrute hacer. Tengo fe. Cuando uno ama, nunca deja de creer.
Si la ven, díganle que le deseo feliz cumpleaños. Ella ya no es una nena, pero sigue siendo mi nena.
Encontré algo que le hice a los 15. Está tiernito.
Encontré algo que le hice a los 15. Está tiernito.
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