Cristina, la chica de la crónica roja

Cristina Bazán, periodista de Diario Expreso.

 Cristina lloró como viuda cuando la echaron de Ecuavisa de forma intempestiva a inicios de este 2016. Era asistente de producción en una revista familiar, pero un cambio de mandos hizo que la empresa prescindiera de sus servicios. Fue la muerte.

¿Por qué llorar? Quizás por esa sensibilidad por la que no ha tirado a la basura ningún deber que hizo desde su vida escolar; tal vez por la dulzura que la obliga a tener una habitación pintada de rosa a sus 23 años o, en un análisis más objetivo, porque, con apenas 21, había logrado lo que pocos comunicadores alcanzan en Ecuador, entrar a un medio de renombre a hacer prácticas profesionales y luego conseguir el contrato. “Me cortaron las alas”, dice nostálgica.

Hoy, echa una mirada hacia atrás y se contesta a sí misma que si en este mismo momento la buscaran del canal, declinaría la oferta sin pensarlo. Ella ya tiene otro amor, la prensa escrita.


Esa nueva ilusión empezó cuando ocurrió lo de Ecuavisa. La depresión que conllevó el despido la puso en jaque. “Nunca había tenido que enviar un currículum”. ¿Cómo hacerlo?, ¿a quién acudir?
Su padre fue pieza clave. Vio que diario EXPRESO abriría un seminario para periodistas gratuito y la envío. En esa cita, que duró apenas media semana, escuchó en ponencia a los editores que ahora tiene como jefes. Ella se abrió la puerta a la empresa cuando, en una pregunta a los expositores, citó su tema de grado: la polémica Ley de Comunicación de Ecuador.

Ricardo Arques, gerente editorial de ese diario, la escuchó atento y la buscó una semana después. Le pidió la tesis, la leyó un par de días y la volvió a llamar para avisarle que, si quería y podía, el periódico la esperaba.

Cristina y su papá, Felipe Bazán.
En un análisis retrospectivo de su carrera profesional, recuerda que esto del periodismo siempre estuvo presente en su vida. La primera vez que tuvo contacto con el oficio aún era una niña. Su padre, Felipe, era entonces director de la Defensa Civil del Ecuador y un canal local lo invitó a una entrevista para hablar de prevención de inundaciones. Lo único que recuerda de ese día es la espectacularidad del escenario, las cámaras, las luces y los micrófonos. Tenía 7 años.

Otro acercamiento ocurrió un año después, cuando viajó a El Salvador. Su padre, el héroe, fue llamado a asesorar a rescatistas en el terremoto que en 2001 dejó más de un millar de víctimas en ese país de Centroamérica. Como reputado protagonista de la prevención de desastres, todos los canales lo consultaban frecuentemente. Ella, que era testigo de esos encuentros, descubrió que había una profesión encargada de mostrar realidades; pero no hizo nada por acercarse a esta hasta entrada la adolescencia.

Atraída por los libros de no ficción, decidió especializarse en Estudios Sociales al empezar el bachillerato. Apenas de 15 años por aquella época, entró a un club de periodismo colegial sin imaginarse que luego de casi una década, y después de pasar por el canal de su universidad en un programa musical, y por Ecuavisa, estaría sentada en la redacción de uno de los más prestigiosos diarios de su ciudad, Guayaquil, como reportera de crónica roja.

Entró allí en mayo de este 2016. No fue fácil adaptarse al ritmo, menos en la sección sangrienta de Sucesos. Buscar fuentes fue difícil, pero lo fue y lo es más reportear a diario el dolor de deudos.
Pone un ejemplo. El mes pasado, un hombre mató a su esposa y a sus cuatro niños en Guayaquil. Un hecho atroz que le impactó mucho menos que otra cobertura en la que un joven periodista de 26 años fue asesinado por robo. No son las situaciones las que chocan, son los rostros del luto. “Aún recuerdo la cara de su padre”.

Cristina aprendió mucho este año. “Tienes que vivirlo para poder contarlo. Si lo lees y no te causa impacto, no sirve”, sentencia en una de sus reflexiones desde su curul de la desgracia. Ahora tiene una nueva meta, la maestría.

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