Borrachito
Lo que sabía de las uniones matrimoniales religiosas lo había
visto en las películas, por eso su cara de sorpresa en el Monasterio de
Leyre, en España, cuando su tía no besó al esposo frente al sacerdote.
"¡Qué boda más rara!", pensó.
Cuando
los invitados se asomaron a la recepción, luego de la misa, él paseaba
por allí, en medio de la gente, indiferente. Eso hasta que las vio,
abandonadas.
Las copas estaban encima de una mesa, llenas
de champán burbujeante y tentador. Miró a los costados. Se acercó
lentamente... Ya allí, hizo otra inspección fugaz con el rabillo del
ojo. Nada. No había amenaza.
Gluc, gluc, gluc.
Apenas recuerda a qué sabía el trago. No esperó.
Gluc, gluc, gluc.
Se vació la segunda en la garganta, sin vergüenza.
En una cabecita de seis años, dos copas de champán equivalen a dos jabas de cerveza. El chavalito tambaleaba al caminar.
Recordó
entonces su indignación inicial con aquel festejo incompleto. Caminó
hacia el centro y ordenó: "Que se besen, que se besen... ¡que una boda
sin beso no es boda!".
Su madre se acercó. Advirtió de inmediato el tono. "¡Qué horror! ¡En la vida vas a probar de todo!", lo sentenció.
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