"Papá" o las 57 mil y un formas de conocer a un hombre
Sentado, con la carcajada amplia que suelta cuando es feliz, tomó su café sorbo a sorbo esta tarde de sus 57. Café negro, con poca azúcar y mucha charla. Yo, su hija mayor, al frente. El café favorito de la vida suya y de la mía es el que se sirve cuando nos juntamos.
57 ya. Hace 37 se convirtió en padre mientras hacía el servicio militar. No se fue a servir de la patria para huir de la paternidad, lo ha dejado claro a lo largo de los años. No solo me dio el apellido, el pan nuestro de cada día: los estudios, las medicinas, los uniformes y los corrreazos. No. Ese ejemplar me dio pasión por el conocimiento. Me hizo amar los libros. Y luego me hizo amarme a mí misma.
57 ya. Hace 24 horas estábamos sentados en la sala de mi hermana menor y lo vi llorar con una de Argentino Luna que hablaba de un aventurero que no terminaba de emprender la aventura. ¿Por qué te hace llorar?, pregunté. Porque me recuerda a mí, soltó.
57 ya. Sonó Chiquillada, de Leonardo Favio. Y con la misma nostalgia me contó que jugaba siempre cargando una bolsita de tela para guardar bolichas y otros tereques. "Armábamos una pelota con las medias de todos".
57 ya. A los 20 se vio tropezado entre las borracheras de un adolescente que aprendía a ser jefe de hogar, con una esposa 3 años más joven que él, y en la casa de una madre tan estricta como los generales que conoció en el cuartel.
57 ya. Tuvo que frenar sus faenas. Tropezarse, morder polvo. Tuvo incluso que vender como comerciante ambulante en el centro de Guayaquil, porque en un pestañeo la familia creció de 3 a 6, pero el sueldo no llegaba a uno.
57 ya. Su privilegiado intelecto lo llevó a ocupar importantes cargos administrativos en la empresa privada. Empezaba desde abajo, pero abría la boca apenas y el mundo ponía el ojo en esa labia maldita de orador nato, una cosa muy de los Moncada. Les juro que no es por presumir. Tuve un abuelo diputado. Y un bisabuelo vendedor de carne, negocio que por supuesto se sella con el verbo, como todos los negocios.
57 ya. Padre tropezó con sus algarabías, por supuesto, pero eso le compete a los biógrafos. Yo prefiero que aquí queden las memorias más dulces, como las noches en las que lo escuchaba cagarse de risa leyendo al Quijote o las veces en que me decía: "Toma, vota porfa". Y me ponía cueros de dedos del pie o mocos en la palma de la mano. O aquellas inolvidables ocasiones en las que aprendí a andar en bici y a volar cometa en las noches de vientos fuertes de un Durán que aún no olía a pólvora. O la vez en la que me dijo que tengo mucha suerte por tener un padre que fuma marihuana. Jaja.
57 ya. En Pandemia vivimos juntos. Cada noche de esas desesperantes coberturas me preparó té de jenjibre. Allí supe que en su época de hippie, que conté en otro momento, aprendió a cocinar unas tortillas de harina al horno en hornilla. El mejor roomate de la vida.
57 ya. En el café anterior me recitó el padre nuestro en arameo y en latín, y cantó la marzelleza. Si algo saqué de él, además de todo , es esa sed infinita de conocimientos. Por eso nuestros cafés, que ahora son una suerte de terapia, suelen ser muy entretenidos. "Es que somos géminis", justifica esta tarde mientras me recomienda leer a Hermes Trimegisto.
57 ya. Ha pasado media vida tratando de entrenarme para su partida. "Cállate", le increpó. "Es la vida, chiquita", devuelve, como haciéndome saber que me lo advirtió. Me niego a aceptar que no haya cafés algún día.
Feliz cumpleaños, hombre increíble.
Otras notas sobre mi papi:
De cómo mi padre me enseñó la vida.
Qué hermoso! Gracias por compartir tan lindas anécdotas! Feliz cumpleaños a tu papi!
ResponderEliminarLindo texto.
ResponderEliminarX un momento viaje al pasado en la parte de hacer volar la cometa en las noches de full viento en Durán✌️
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