El milagro del pantalón invisible


Pisa el freno con la boca abierta. Ve a tres tipos con armas de fuego al frente de su carril. Amenazan al conductor de una camioneta doble cabina.
La avenida Carlos Julio Arosemena luce larga. Hay tráfico. Es de día y el semáforo está en rojo. Tiene las manos en el volante y las pupilas en la escena.
Los maleantes no pueden asaltar a su vecino de vía. El vehículo es impenetrable. Solo han pasado unos segundos, pero parecen una eternidad.
Baja la mirada para esquivar el contacto visual con los delincuentes y nota sus piernas desnudas. No fue un buen momento para dejar el pantalón en el sastre. O tal vez sí.
Es tarde. Lo han visto. Es su presa ahora. Ve las armas en su cara, detrás del vidrio. Piensa en su esposa, en sus hijos... en su pantalón. Ese pedazo de trapo que acaba de dejarle a su costurero para que le arregle un huequito en el bolsillo.
Están afuera del auto.
-¡Abre!. Acompañan la orden con improperios imposibles de publicar, que usted, lector, por supuesto que imagina.
Daniel baja el vidrio en con gesto valiente.
-¿Me vas a robar, hermano? ¡Asómate! ¡Acaban de quitarme hasta el pantalón en otro asalto! ¡Mira!.
La ira no se iba de sus ojos.
-Ya, ya, baraja.
Embrague, primera y arranca.
Manejar sin pantalón puede salvarte la vida.


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