Buscar dónde hacer caca y otras 5 lecciones que me dejó subir Puñay
Tres recuerdos puntuales de mi visita a Puñay me acompañan para siempre: La pesada mochila que cargué por más de 7 horas de forma completamente innecesaria, los prolongados llantos de alegría y frustración que experimenté en el ascenso y la desesperación por hallar un buen lugar para hacer caca en la cima. Porque no, amigo lector, subir una montaña como la Puñay no es solo eso que ves en videítos musicalizados de TikTok que duran menos de un minuto. Puede llegar a ser, más bien, para una mujer que no conocía de ejercicio fìsico demandante hace dos años, como yo, una experiencia tan sacrificada como vergonzosa. Pero aquí estoy. Otra vez hecha la sinvergüenza, porque ya te extrañaba sobre mis letras, porque escribir en mi blog me hace respirar más tranquila y llena de felicidad mi cerebro con TDAH no diagnosticado aún, intentando no solo traerte al momento mismo de mi ascenso a Puñay, sino también hacerte partícipe, como siempre, de las enseñanzas que ha dejado en mí aquella vivencia. Dó...